1.6.21

Los nombres que recordamos

En el nombre se lleva la penitencia suelen decir aquellas personas que han vivido tal vez más de lo que quisieran. Nunca estuve del todo satisfecha con el nombre que papá decidió y mamá no cuestionó. Si me olvido un poco del agnosticismo, claro está que todavía creo en el cielo y el infierno, algo se debía rescatar de aquella mala educación. Los apellidos, como los rasgos, sirven sólo para recordar la caída de los imperios, la crueldad del territorio. Mis nombres, que son dos y no los que marcaba el calendario, marcan una contradicción innegable. El primero viola todo sentido de origen, mas no de originalidad, pues le sobran letras. No me gusta, pero me gusta aferrarme a la idea de que fonéticamente podría traducirse como cielo en la lengua nativa de una bella isla. Es corto, pareciera un diminutivo, un apócope, un apodo. Podría ser tierno, podría ser divertido. Sin embargo, como afrenta, es la combinación del artículo determinado femenino singular y un sustantivo sin terminar para el que la RAE ofrece nueve definiciones con sus respectivos ejemplos. El segundo nombre, en cambio, tiene seis letras y gran oscuridad. Significa ayuda, socorro, servicio. Podría ser fuerte, podría ser trágico de la mano Shakespeare, pero fue una manera de honrar al pasado, de hacerme dual. Al final cumple su cometido, bien decían aquellas personas. Hay nombres que recordamos y otros que simplemente no olvidamos.